Muchas de las cosas que nos suceden día a día nos hacen preguntarnos si se trata de simples casualidades o si existe algo más que las mueve a ocurrir, como una fuerza oculta o destino.
A mí me gustaba jugar con la idea del destino: un secreto recóndito sobre la existencia de cada persona movido por una fuerza mayor (llamada de muchas formas) que hace que este destino se cumpla, sin que nosotros podamos interferir de ningún modo.
Pero con el tiempo me pregunté: si no interferimos en nuestro futuro y se cumple irremediablemente lo que ya está prefijado, entonces ¿no tenemos libertad? Pues no. No podríamos elegir nuestros actos, porque de ello ya se encargaría el destino por nosotros y esto, la verdad, asusta un poco.
Entonces, llegué a la conclusión de que es preferible pensar en el caos natural: la casualidad. Esa casualidad que provocó la lluvia el día que justamente habías decidido ir a la peluquería, o que hizo que eligieses el número de lotería sin premio. Pero también es la casualidad la que hizo que nacieras en tu familia, o la que ocasionó que aquel día conocieras a esa persona que ahora forma parte de tu vida porque tú la has elegido.
Esta última razón es en realidad la que me hace desechar la creencia en el destino. Porque prefiero pensar que tú eres mi serendipia, una casualidad afortunada en mi vida; quiero creer que nos hemos elegido mutuamente, libre y voluntariamente para compartir otras casualidades, y no obligados por aquel señor desconocido y hostil que se hace llamar "Destino".
A mí me gustaba jugar con la idea del destino: un secreto recóndito sobre la existencia de cada persona movido por una fuerza mayor (llamada de muchas formas) que hace que este destino se cumpla, sin que nosotros podamos interferir de ningún modo.
Pero con el tiempo me pregunté: si no interferimos en nuestro futuro y se cumple irremediablemente lo que ya está prefijado, entonces ¿no tenemos libertad? Pues no. No podríamos elegir nuestros actos, porque de ello ya se encargaría el destino por nosotros y esto, la verdad, asusta un poco.
Entonces, llegué a la conclusión de que es preferible pensar en el caos natural: la casualidad. Esa casualidad que provocó la lluvia el día que justamente habías decidido ir a la peluquería, o que hizo que eligieses el número de lotería sin premio. Pero también es la casualidad la que hizo que nacieras en tu familia, o la que ocasionó que aquel día conocieras a esa persona que ahora forma parte de tu vida porque tú la has elegido.
Esta última razón es en realidad la que me hace desechar la creencia en el destino. Porque prefiero pensar que tú eres mi serendipia, una casualidad afortunada en mi vida; quiero creer que nos hemos elegido mutuamente, libre y voluntariamente para compartir otras casualidades, y no obligados por aquel señor desconocido y hostil que se hace llamar "Destino".